Arguedas, la piedra y el agua.

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« En la oscura calle, en el silencio, el muro parecía vivo, sobre la palma de mis manos llameaba la juntura de las piedras que había tocado »

La vida, la piedra, los ríos. La visión quechua de la naturaleza, su poesía y su magia, contada aquí por José María Arguedas. Interesante contraposición de la piedra incaica, lisa y natural, con la piedra cortada y tallada del conquistador español.

Ver también Scorza y destrucción.


« Caminé frente al muro, piedra tras piedra. Me alejaba unos pasos, lo contemplaba y volvía a acercarme. Toqué las piedras con mis manos; seguí la línea ondulante, imprevisible, como la de los ríos, en que se juntan los bloques de roca. En la oscura calle, en el silencio, el muro parecía vivo, sobre la palma de mis manos llameaba la juntura de las piedras que había tocado » (p.11)

« Eran más grandes y extrañas de cuanto había imaginado las piedras del muro incaico; bullían bajo el segundo piso encalado que por el lado de la calle angosta, era ciego. Me acordé, entonces, de las canciones quechuas que repiten una frase patética constante: « yawar mayu », río de sangre; « yawar unu« , agua sangrienta; « puk’tik, yawar k’ocha« , lago de sangre que hierve; « yawar wek’e« , lágrimas de sangre. ¿Acaso no podría decirse « yawar rumi », piedra de sangre, o « puk’tik, yawar rumi« , piedra de sangre hirviente? Era estático el muro pero hervía por todas sus líneas y la superficie era cambiante, como la de los ríos en el verano, que tienen una cima así, hacia el centro del caudal, que es la zona temible, la más poderosa. Los indio llaman « yawar mayu » a esos ríos turbios, porque muestran con el sol un brillo en movimiento, semejante al de la sangre. También llaman « yawar mayu » al tiempo violento de las danzas guerreras, al momento en que los bailarines luchan.

— ¡Puk’tik, yawar rumi! —exclamé frente al muro, en voz alta.

Y como la calle seguía en silencio, repetí la frase varias veces.  » (p. 11-12)


—Papá -le dije-. Cada piedra habla. Esperemos un instante.

—No oiremos nada. No es que hablan. Estás confundido. Se trasladan a tu mente y desde allí te inquietan.

—Cada piedra es diferente. No están cortadas. Se están moviendo.

Me tomó del brazo.

—Dan la impresión de moverse porque son desiguales, más que las piedras de los campos. Es que los incas convertían en barro la piedra. Te lo dije muchas veces.

—Papá, parece que caminan, que se revuelven, y están quietas.

Abracé a mi  padre. Apoyándome en su pecho contemplé nuevamente el muro. » (p.12-13)


« —  ¿Cantan de noche las piedras?

— Es posible.

— Como las más grandes de los ríos y de los precipicios. Los incas tendrían la historia de todas las piedras con « encanto » y las harían llevar para construir la fortaleza. ¿Y éstas con que levantaron la catedral?

—Los españoles las cincelaron. Mira el filo de la esquina de la torre.

Aún en la penumbra se veía el filo; la cal que unía cada piedra labrada lo hacía resaltar.

— Golpeándolas con cinceles les quitarían el « encanto ». » (p. 15)


« Las grandes piedras detienen el agua de esos ríos pequeños; y forman los remansos, las cascadas, los remolinos, los vados. Los puentes de madera o los puentes colgantes y las oroyas, se apoyan en ellas. En el sol brillan. Es difícil escalarlas porque casi siempre son compactas y pulidas. Pero desde esas piedras se ve cómo se remonta el río, cómo aparece en los recodos, cómo en sus aguas se refleja la montaña. Los hombres nadan para alcanzar las grandes piedras, cortando el río llegan a ellas y duermen allí. Porque de ningún otro sitio se oye mejor el sonido del agua. En los ríos anchos y grandes no todos llegan hasta las piedras. Sólo los nadadores, los audaces, los héroes; los demás, los humildes y los niños se quedan; miran desde la orilla, cómo los fuertes nadan en la corriente, donde el río es hondo, cómo llegan hasta las piedras solitarias, cómo las escalan, con cuanto trabajo, y luego se yerguen para contemplar la quebrada, para aspirar la luz del río, el poder con que marcha y se interna en las regiones desconocidas. » (p.29-30)

Fuente : José María Arguedas, Los ríos profundos, Editorial Losada/Alianza Editorial, 1981.

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